Comencé a servir al Señor en la iglesia desde que era adolescente. A los 14 años empecé a tocar la guitarra en la iglesia y también era ayudante en la escuela bíblica.
Cuando tenía 16 años, mis padres comenzaron una nueva iglesia en el living de nuestra casa, así que, como al principio había muy pocas personas, había mucho por hacer. De repente era el director de alabanzas, el único músico, líder de adolescentes, maestro de escuela bíblica, ayudaba a limpiar «la iglesia» (que era mi casa), e incluso era el tesorero de la iglesia. ¡Wow! ¡Hacía muchas cosas! En realidad me encantaba servir a Dios, ¡en lo que fuera!
Inés, mi esposa, comenzó a congregarse en la pequeña iglesia cuando ambos teníamos 16 años, y desde entonces hemos servido a Dios juntos, en la música, en la enseñanza, en el liderazgo juvenil, en evangelismo, y en todo lo que hiciera falta.
Nos casamos a los 23 años. Ambos teníamos nuestros empleos y además servíamos a Dios en varias áreas. Todas las noches de la semana teníamos alguna actividad en la iglesia. A los pocos meses nos dimos cuenta que casi no teníamos tiempo para nosotros mismos; y lo poco que nos quedaba, estábamos muy cansados para disfrutarlo.
Notamos que estábamos abarcando más de lo que deberíamos, así que comenzamos a preguntarle al Señor qué era lo que él nos estaba pidiendo que hiciéramos y qué cosas estábamos haciendo sin que él nos hubiera llamado a hacerlas.
Aprendimos que la cuestión no es hacer muchas cosas buenas, sino aquellas cosas que Dios quiere que hagamos, en el momento y en la manera que él disponga.
Jesús dijo algo que, según mi experiencia y opinión, la mayoría de los que servimos a Dios no entendemos ni vivimos cabalmente: “Pues mi yugo es fácil de llevar y la carga que les doy es liviana” (Mateo 11:30)
“¿¡Que servir a Dios es algo fácil y liviano!?” –Pensarán muchos hacia sus adentros (porque de ninguna manera se animarían a contradecir a Jesús).
El ministerio, aunque es hermoso, también puede llegar a ser muy frustrante y agotador a veces. He aprendido que se vuelve así cuando asumimos cargas y yugos que no son los que Jesús nos ha puesto.
El secreto está en averiguar qué es lo que el Señor quiere que hagamos, y hacerlo; y qué es lo que el Señor no nos ha pedido que hagamos, y dejar de hacerlo.
¿Sencillo? No. ¿Necesario? ¡Sí!
Tomado del libro Reflexiones bíblicas de la vida diaria