
Yo cumplo los años a fines de julio, que en Argentina es mitad del ciclo es colar, y cuando mis padres fueron a inscribirme a preescolar, les dijeron que tenía que esperar un año más, ya que podían entrar sólo los que habían cumplido 5 años hasta el 30 de junio.
Mi mamá insistió, pensando que esos 30 días no harían ninguna diferencia, y, por alguna razón, me permitieron entrar a preescolar con sólo 4 años, luego a primer grado con 5, y así sucesivamente… Por esa razón durante todos mis años escolares siempre fui el más pequeño de la clase. Esa “pequeña” diferencia de edad me causó grandes problemas, en especial durante los primeros años, ya que me costó agarrar el ritmo de los demás, en cuanto al estudio.
Ser el menor del grupo también me hizo objeto de bullying. Siempre había brabucones que me molestaban, me empujaban y me hacían burla. Todos los días desinflaban las ruedas de mi bicicleta, así que tenía que volverme caminando.
Cuando comenzó el segundo grado, se sumó al grupo un chico que había repetido uno o dos años, así que era el más grande de la clase. Nos llevaba a todos un par de años y varios centímetros de altura.
Por alguna razón, le caí en gracia y nos hicimos buenos amigos. Desde entonces, cada vez que algún compañero quería molestarme, mi amigo grandulón se interponía y me defendía. Ese fue el fin del bullying para mí, por lo menos hasta que pude desarrollar el carácter (y el tamaño) suficiente para defenderme yo solo.

Recordé esta experiencia al leer Jeremías 20:11, que dice: “Jehová está conmigo como poderoso gigante; por tanto, los que me persiguen… no prevalecerán…”
Así como mi “gran” amigo me defendía de los brabucones de la escuela, el Señor ha prometido permanecer a nuestro lado siempre, como un “amigo gigantón”, para protegernos de cualquiera que procure hacernos daño.
¡Qué bueno que es contar con un Dios así! ¿Cierto? Vos y yo tenemos un Dios que no sólo es fiel y amoroso; también es poderoso y justiciero. ¡Él pelea por nosotros! Por eso, ya no tenemos que luchar con nuestras fuerzas contra aquellos enemigos que nos superan. Es mucho mejor pedirle a Dios que nos defienda e intervenga a nuestro favor.
Extraído del libro 101 Meditaciones bíblicas de la vida cotidiana
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