El Señor nos dio a mi esposa Inés y a mí la oportunidad de conocer y conversar con cientos de jóvenes, líderes y pastores en diferentes lugares. En varias ocasiones, algunos de ellos, nos dijeron: “Lo que más me gusta de ustedes es que son muy humanos”.
Al escuchar varias veces lo mismo, nos dimos cuenta de que esa humanidad que los demás apreciaban en nosotros era una de nuestras fortalezas. Así que, lejos de ocultarla, comenzamos a exponerla de manera intencional. Hablábamos de ella en público, mostrando lo débiles, frágiles y volubles que somos, pero a la vez nuestro deseo de llegar a ser las personas que Dios quiere que seamos.
Como resultado de esto, vimos que las personas se identificaban aún más con nosotros, y nos abrían su corazón, compartiendo sus luchas, tristezas y pecados. En la gran mayoría de los casos, era la primera vez que hablaban de tales cosas con una autoridad espiritual.
Es que a veces, tendemos a mostrarnos más fuertes y santos de lo que en realidad somos, impermeables al dolor y a las tentaciones; como si estuviéramos en un nivel superior que el “resto de los mortales”.
Salmo 103:13-14 dice: “El Señor es como un padre con sus hijos, tierno y compasivo con los que le temen. Pues él sabe lo débiles que somos; se acuerda de que somos tan solo polvo.”
Dios conoce muy bien nuestra frágil condición de seres humanos, ¡y lo mismo nos ama! Somos nosotros los que no advertimos ni aceptamos esa realidad, y nos negamos aceptar nuestra humanidad.
La historia bíblica nos muestra a muchos hombres y mujeres de Dios que fueron muy humanos, y aun así Dios los perdonó, sanó, restauró, respaldó y usó en su gracia y poder. Quedaron registradas para demostrar que Dios sigue amándonos y creyendo en nosotros, aun a pesar de nuestras falencias y debilidades.
Quizás seas una de las tantas personas que con un corazón sincero procuran agradar a Dios, con su vida cristiana y con su servicio, pero que, a pesar de tu amor a Él y tus esfuerzos por agradarle, no lo logras del todo. Es que hay aspectos muy humanos que aún no te permiten llegar a ser o producir todo lo que quisieran en favor del reino.
El Señor no se ha dado por vencido con nosotros. ¡Tampoco nos demos por vencidos con nosotros mismos! Hagamos nuestra la oración del rey David: “¡por favor, no te des por vencido conmigo!” (Salmos 119:8 NTV)
Billy Saint
Extraído del libro: «Devocionales de la vida diaria» y ampliado en el libro «Más humanos de lo que quisiéramos«