Juan fue uno de los Doce de Jesús, el más joven, y uno de sus tres más íntimos. A él se le atribuyen 5 libros del Nuevo Testamento. Fue una de las columnas de la iglesia primitiva y pasó sus últimos años condenado al destierro, a causa del Evangelio. ¡Es notable lo mucho que hizo y significó para la Iglesia de Jesucristo!
Sin embargo, para cumplir con el propósito que le había sido asignado, tuvo que vencer una debilidad muy humana: su mal carácter.
Jesús apodó a Juan “hijo del trueno”, debido a su temperamento explosivo. Su carácter era como un trueno: cuando las condiciones se daban, de repente y de la nada, hacía oír el rugido de su voz y hacía notar sus tempestuosas emociones.
En una ocasión, Jesús y los Doce estaban yendo desde Galilea hacia Jerusalén. En el trayecto, entraron a una aldea samaritana con la intención de pasar la noche en algún hospedaje, pero los lugareños se negaron a recibirlos, porque eran judíos.
¿Cómo reaccionó el “hijo del trueno” a este rechazo? Según Lucas, dijo: “Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo… y los consuma?” (Lucas 9:54)
Bastaron unos pocos segundos para que su temperamento y su menosprecio a los samaritanos se hicieran notar. Se armó una “tormenta eléctrica” dentro de él, y dejó oír su voz de trueno.
Pero como eran ministros, “camuflaron” sus sentimientos nocivos con algo de espiritualidad: “¿Señor, quieres que oremos al Padre para que envíe fuego del cielo y consuma a esta gente? Recuerda que el gran profeta Elías también lo hizo.”
Cuando Jesús escuchó lo que Juan y su hermano dijeron, se dio vuelta y corrigió esa reacción indebida para un hijo de Dios: “Ustedes no saben de qué espíritu son; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas.” (Lucas 9:55-56)
Cuando Juan acompañó a Jesús era muy jovencito, quizás rondaba los 20 años de edad, así que tenía mucho por aprender y aun debía madurar en varios aspectos de su vida.
Muchos años después, siendo ya anciano, y habiendo atravesado un doloroso proceso de muchas privaciones, cárceles, azotes y rechazos a causa del evangelio, Juan ya no era el mismo. La vida y el ministerio lo habían transformado y enternecido.
Considerando el carácter de aquel Juan que propuso calcinar a toda una población a causa del rechazo de algunos, es difícil de creer que es el mismo Juan que escribió las siguientes expresiones en su primera epístola: “Hijitos míos…” “Amados, amémonos unos a otros” (1 Juan 4:7a) “Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios…” (1 Juan 4:16)
¡Qué importante es el amor en la vida cristiana! Es tan importante, que en él se basa toda la ley de Dios: en amar a Dios y amar a los demás.
El amor es la esencia de una vida cristiana genuina y fructífera. Es el motor que nos impulsa a servir a Dios, sirviendo a los demás. Es el fruto del Espíritu Santo en nuestra vida.
Me quedo con esta frase de Juan, que de alguna manera resume la importancia del amor en la vida cristiana: “Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.” (1 Juan 4:7-8)
La vida del apóstol Juan nos sirve de ejemplo y nos brinda esperanza a todos aquellos que luchamos con algo tan humano como el mal carácter.
Si Dios pudo transformar a este muchacho inmaduro y vengativo en alguien amoroso y paciente, y hacer de él una persona tan útil y fructífera para el Reino, también podrá hacerlo con cada uno de nosotros.
La condición es ponernos en sus manos y dejarnos moldear por el Alfarero, aunque tenga que rompernos y hacernos de nuevo.
Billy e Inés Saint
Extraído del libro: “Más humanos de lo que quisiéramos”