Jeremías era un profeta que pertenecía al linaje sacerdotal, y ejerció su función por unos 53 años.
Dios llamó a Jeremías de manera muy clara, pero su primera reacción fue enfocarse en su incapacidad e inmadurez. (Jer 1:5-6) No obstante, aunque él se veía a sí mismo tan insuficiente, el Señor conocía su potencial, y por eso le confirmó su llamado, lo desafió y le prometió acompañarlo siempre.
Luego de muchos años de ejercer su llamado profético fielmente, Jeremías escribió: “Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí. Porque cuantas veces hablo… la palabra de Jehová me ha sido para afrenta… Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre…” (Jer 20:7-9) En otras palabras, Jeremías está diciendo “¡Señor, mientras más te sirvo y hablo de parte tuya, peor me va!”
Aquí vemos a un Jeremías frustrado, cansado, deprimido. Más adelante, el profeta escribe: “¡Maldigo el día en que nací! ¡Si tan sólo hubiera muerto en el vientre de mi madre! ¿Por qué habré nacido? Mi vida entera se ha llenado de dificultades, de dolor y de vergüenza.”
¡Qué palabras fuertes! ¡Y encima las está diciendo un ministro de Dios!
Me pregunto qué pasaría si Jeremías fuera uno de los ministros que conocemos hoy en día, y lo escucháramos decir semejantes declaraciones… Creo que muchos de nosotros pensaríamos que ha perdido el rumbo y lo desecharíamos como ministro del evangelio…
Si yo hubiera sido Jeremías, no hubiera incluido este capítulo en mi libro. Hubiera dejado estos pensamientos para mí mismo, en vez de exponerlos públicamente. Sin embargo, Jeremías no estaba pensando en su reputación, ni tenía la intención de ocultar su estado de ánimo. Por eso lo expresó con toda libertad y claridad.
Los que servimos a Dios, eventualmente experimentamos frustración al desarrollar nuestro llamado. Aquello que nos propusimos al comienzo, no lo estamos pudiendo alcanzar. La visión que el Señor nos ha mostrado, y lo que nos ha dicho que haría a través nuestro, parece estar tan distante. Por momentos pareciera ser una utopía, y nos hace dudar si realmente Dios nos habló o si nosotros lo imaginamos.
Así se sentía el profeta Jeremías, y Dios permitió que sus palabras fueran incluidas en La Biblia para que nosotros hoy las leyéramos y podamos identificarnos con este hombre, con este ministro, con este siervo de Dios. A la vez, considerar que su humanidad no lo hizo menos profeta ni puso en duda su llamamiento.
Dios no lo desechó a causa de esto; todo lo contrario: lo fortaleció, lo protegió y defendió a lo largo de toda su vida y ministerio.
En 2009, Inés y yo éramos líderes juveniles, y nos tocó lidiar con la deslealtad de algunos de nuestros íntimos en el liderazgo. Eso nos devastó, nos hizo perder la confianza en los demás y dudar de nuestro propio llamado.
Fuimos a visitar a un matrimonio de líderes amigos, y le contamos lo que estábamos viviendo. Luego de escucharnos por un buen rato, una de las cosas que nos dijeron fue: “En el valle de sombra y de muerte hay un cartel que dice prohibido acampar”. Nos hizo muy bien recordar que los tiempos difíciles son transitorios, y que no son “lugares” para “acampar”, para quedarnos anclados ahí, sino que son experiencias para atravesar tomados de la mano del Señor.
¡Qué importantes son los amigos ministeriales! Y qué valioso es aprender a abrir el corazón y compartir las luchas y las cargas con ellos. Para eso está la familia de Dios, ¡para aprovecharla! Y te recuerdo que la familia de Dios no se limita a nuestra iglesia local; sino que hay gente maravillosa que puede ser usada por Dios para escucharnos de manera objetiva y ayudarnos a salir de la situación difícil en la que estamos.
Billy e Inés Saint
Extraído del libro: “Más humanos de lo que quisiéramos”